Tu vida está llena de personas. Personas que se cruzan
contigo en la calle, que viven contigo, que simplemente aparecen delante de tus
narices. A algunas decides ignorar, a otras las conoces pero con el tiempo y el
no compartir muchos momentos juntos se pierde la chispa que te hizo interesarte
por esa persona. Y otras se mantienen a tu lado día a día, demostrando afinidad
y preocupación hacia ti.
Esto se visualiza mejor si tomas tu vida como un gran
sendero, en el cual también circulan todas las personas que se cruzan en tu
vida.
Hay personas que te acompañan siempre. Ellos quieren estar
contigo siempre pero entienden que quieras conocer a otras personas y te dejan
correr libre pero sin alejarse, para que si alguna vez estás perdido te
encuentren y te vuelvan a llevar al camino.
Y luego están el resto de personas, los que sois totales
desconocidos al principio. Y entonces es cuando surge el dilema: algunas
personas corren más que otras, y no todas las personas pueden seguir un ritmo
que no es el suyo. Si no paras de ir rápido con una
persona, tarde o temprano os acabáis perdiendo. Ya sea porque esa
persona se ha quedado atrás o porque se ha cansado de seguir tu ritmo. Y aquí
es donde te planteas dos cosas: o dejarla atrás y buscar otra persona más afín
a tu ritmo, o rebajar el ritmo porque quieres que esa persona se mantenga contigo
más tiempo.
A veces puede que te sientas molesto y frustrado por no encontrar a esa persona que sepa llevar tu ritmo,
pero no desistas. Y no desprecies a aquellas personas que no supieron
comprender tu ritmo, son obstáculos que encuentras en el camino que te hacen
más sabio, te hacen saber cuándo dejarte llevar por tu ritmo o cuando hay que
darle una oportunidad a los otros a que se adapten al tuyo o tú al de ellos.
Las prisas nunca han sido buenas y lo mejor del sendero no es llegar al final
de él, es disfrutar del paisaje y de las personas que lo van formando con los
años. Todo llega. Y todo tiene un fin.
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