¿Se puede uno sentir solo
teniendo mucha gente alrededor? ¿Se puede engañar a uno mismo creyendo que le
importas a alguien? ¿Se puede sentir que lo tienes todo, pero al final te
quedas en nada?
Podría ser alguna de estas
contradicciones, pero sé que no es así. Nunca me he sentido aceptado
completamente. Tengo mis “bugs”, y he tenido mis versiones alpha y beta, pero
ya soy un producto terminado. Si hay suerte, puedo proporcionar DLCs que mejoren ciertas
partes que perjudican a la experiencia del usuario, pero al final lo que cuenta
es la esencia, es que lo que ofreces al principio satisface o no. Y yo, visto
lo visto, me quedo en las puertas.
Soy como un videojuego antiguo, muchos me
recuerdan con nostalgia, pero pocos o muy pocos (contados con los dedos de una
mano) intentan volver a jugar conmigo. Y muchos, por la pereza de “volver a
enchufar la consola”, no lo hacen tan asiduamente como querrían. Pero los
habituales, los que tienen la consola enchufada y pueden echarse unos vicios
conmigo, no lo hacen. Puede que, por antigüedad ya no sea atractivo o,
sencillamente, hay otros que les proporcionan mejor experiencia, pero pensaba
que, al igual que guardan ese bonito recuerdo conmigo, de ellos salga volver, y
no que yo tenga que andar detrás de ellos con el mando a cuestas.
Llamadme sentimental, pero si yo comparto
una cerveza, un vicio a un videojuego, una anécdota después de ver una peli o
caminar durante un rato, me gusta pensar que se crean vínculos entre tragos,
entre confidencias, incluso entre silencios. Si ya lo decía Mia Wallace en Pulp Fiction:
“¿No los odias? ¿Esos silencios
incómodos? ¿Por qué necesitamos decir estupideces para estar cómodos? Es por
eso que sabes que has encontrado a alguien especial: Puedes estar callado
durante un puto minuto y disfrutar del silencio.”
Puede que yo ofrezca demasiados
silencios, pero me dijeron que fue llegar a primaria y cambiar las risas y las
ocurrencias por silencios.
Mendigar compañía no es lo mío, a
pesar de haberlo intentado muchas veces. Pero hay un número limitado de “no
puedo”, “a ver si nos vemos”, y otros “no me apetece verte” disfrazados que uno puede aguantar.
Soy el gato de Schrödinger: todo
el mundo sabe que estoy en la caja, pero nadie quiere abrirla y sacarme de ella
para ver si sigo vivo.