miércoles, 24 de junio de 2015

El gato de Schrödinger

¿Se puede uno sentir solo teniendo mucha gente alrededor? ¿Se puede engañar a uno mismo creyendo que le importas a alguien? ¿Se puede sentir que lo tienes todo, pero al final te quedas en nada?

Podría ser alguna de estas contradicciones, pero sé que no es así. Nunca me he sentido aceptado completamente. Tengo mis “bugs”, y he tenido mis versiones alpha y beta, pero ya soy un producto terminado. Si hay suerte, puedo proporcionar DLCs que mejoren ciertas partes que perjudican a la experiencia del usuario, pero al final lo que cuenta es la esencia, es que lo que ofreces al principio satisface o no. Y yo, visto lo visto, me quedo en las puertas. 
Soy como un videojuego antiguo, muchos me recuerdan con nostalgia, pero pocos o muy pocos (contados con los dedos de una mano) intentan volver a jugar conmigo. Y muchos, por la pereza de “volver a enchufar la consola”, no lo hacen tan asiduamente como querrían. Pero los habituales, los que tienen la consola enchufada y pueden echarse unos vicios conmigo, no lo hacen. Puede que, por antigüedad ya no sea atractivo o, sencillamente, hay otros que les proporcionan mejor experiencia, pero pensaba que, al igual que guardan ese bonito recuerdo conmigo, de ellos salga volver, y no que yo tenga que andar detrás de ellos con el mando a cuestas.
Llamadme sentimental, pero si yo comparto una cerveza, un vicio a un videojuego, una anécdota después de ver una peli o caminar durante un rato, me gusta pensar que se crean vínculos entre tragos, entre confidencias, incluso entre silencios. Si ya lo decía Mia Wallace en Pulp Fiction:

“¿No los odias? ¿Esos silencios incómodos? ¿Por qué necesitamos decir estupideces para estar cómodos? Es por eso que sabes que has encontrado a alguien especial: Puedes estar callado durante un puto minuto y disfrutar del silencio.”

Puede que yo ofrezca demasiados silencios, pero me dijeron que fue llegar a primaria y cambiar las risas y las ocurrencias por silencios.

Mendigar compañía no es lo mío, a pesar de haberlo intentado muchas veces. Pero hay un número limitado de “no puedo”, “a ver si nos vemos”, y otros “no me apetece verte” disfrazados que uno puede aguantar.


Soy el gato de Schrödinger: todo el mundo sabe que estoy en la caja, pero nadie quiere abrirla y sacarme de ella para ver si sigo vivo.

viernes, 12 de junio de 2015

Tu náufrago

Echo de menos la presión en el pecho de sus abrazos, 
el sabor de sus labios, el olor de su pelo, 
el tacto de su mejilla,
la fricción de mis uñas en su espalda, 
los besos que robamos a las esperas, 
alargar la mano de la palanca de cambios a su rodilla, 
que caiga rendida en los altibajos de mi respiración,
convertir la rutina y la normalidad en aventuras y viajes inesperados. 

Te echo de menos, y no quiero olvidar la curva perfecta que construye tu sonrisa. 
No seré poeta ni pretendo serlo. 
Sólo alguien que echa palabras como las que formabas
 de pequeña en las sopas de letras de fideos. 
Voy dejando letras y mi pecho se resiente menos. 
Dicen que desahogarse es bueno, escribir sobre ti, para mí, para nosotros, 
pero yo recuerdo que es mejor besar tu cuello, notar tu mano acariciando mi pelo, 
verme reflejado en tus ojos cerrados por la carcajada que sueltas por las chorradas que hago y digo.

Me acostumbré a que tu cariño fuera el suelo que piso, 
y ahora estoy frente a un puente colgante, con miedo a caer. 
Sé que estás al final de este largo tramo de vientos huracanados y pies de plomo, mi meta me espera. 
Solo te pido que me des fuerzas para poder llegar al otro lado. 
Que me animes con gritos ahogados, suspiros que llegan a mis oídos
y cada vez sean más audibles que el anterior. 

 Eres la luz que yo, tu náufrago, desea encontrar. No dejes de brillar.